
Ví un árbol a la orilla del camino, y me senté a llorar mi desventura. Así fue, caminante que me contemplas con mirada absorta y curioso semblante.
Dicen que las mujeres sólo lloran cuando quieren fingir hondos pesares; los que tan falsa máxima atesoran muy torpes deben ser, o muy vulgares.
Yo estoy cansada, sigue tú adelante; mi pena es muy vulgar y no te importa.
Amé, sufrí, gocé, sentí el divino soplo de la ilusión y la locura; tuve la antorcha, la apagó el destino, y me senté a llorar mi desventura a la sombra de un árbol del camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario